domingo, 2 de septiembre de 2012

DEMIAN, de Hesse



Los que evitan los tochos de más de doscientas páginas están de enhorabuena: aquí tienen una obra que se lee en una tarde o en varios viajes en el metro. Gran parte de ese mérito (a la amenidad me refiero, no a la brevedad) es culpa del lenguaje preciso y eficaz del autor, poco descriptivo-extrovertido (neologismo que me acabo de inventar) en cuanto a personas y lugares. Además, para no complicar las cosas, está narrada en primera persona con una voz adulta (didáctica en ocasiones) que repasa su pasado de manera muy ordenada en lo que al tiempo se refiere.
Yo, por una simple cuestión de afinidades, la he dividido en dos mitades.

La primera para mí es la más interesante. Es muy descriptiva, pero descriptiva- introspectiva, que mola más. Hesse relata con maestría las discrepancias entre el bien y el mal que surgen en un alma infantil cualquiera. El protagonista entiende el bien como un estado excepcional, artificial y aburrido: está referenciado en la familia, en la religión y en el cumplimiento inequívoco de las normas (véase integración en el rebaño, o en una banda, o en un estrato social). El mal, por el contrario, siempre es atávico, atractivo, INDIVIDUAL y, por lo tanto, solitario. Kromer, el primer "malo" de la obra, se encargará de liar el ovillo del bien y del mal (y la identidad sexual) en la cabecita del joven Sinclair. Creo que en este punto, Hesse consigue novelar el inevitable conflicto que surge en el proceso de adaptación a un entorno social ordinario. Ese es, en mi opinión, su mayor mérito.

La adolescencia (entre la primera y la segunda mitad) la plantea como una mirada al vacío (despertar de la introspección). El jovencito Sinclair empieza a darse cuenta de cómo esos conflictos insolubles de la infancia han derruido los pilares mal cimentados de su educación (se echa de menos que no haya rascado más en el despertar de la identidad sexual).

En la segunda mitad, todo transcurre muy precipitado (como si a Hesse la hubieran entrado ganas de acabar la obra una vez expuestas sus teorías). Tras mostrarse incapaz de resolver sus conflictos, el protagonista, alejado de Demian, cae en las redes del hedonismo (otra vez el mal) sin hallar satisfacción alguna. La rehabilitación, gracias a una redención musical misteriosa (podía haber jugado con la idea del bien que despierta desde el interior gracias al arte), surge de manera súbita y poco creíble. Tampoco me convence mucho el personaje de Pistorius como guía espiritual ni el amor platónico repentino que despierta Beatrice-Frau Eva, la madre de Demian, en el narrador (yo esperaba una confesión homosexual a estas alturas).
Las últimas pinceladas sobre la guerra y la muerte de Demian, sirven para cerrar una historia que apenas se mantiene como excusa formal de la primera mitad.

A Hesse, da la sensación, le importaba más el mensaje de la obra (va anticipándolo, a lo largo de la trayectoria vital del protagonista, con la ayuda de tres imágenes: la marca de Caín (cainitas), el dios Abraxas y el pájaro que rompe el cascarón): la superación individual o descubrimiento del yo sobre las leyes que intentan clasificar el bien y el mal.

Ése mensaje y el manejo minucioso de la conducta de los personajes como instrumento para transportarlo al lector, son los principales méritos de esta obra recomendable.

2 comentarios:

  1. He visto unas cuantas lecturas de mi agrado. Una esta, es cierto que Hesse se preocupaba más casi de sus reflexiones y mensajes que de la obra, prueba de ello es El juego de los abalorios, pero aún así me gusta leerlo, o tal vez por ello sea por lo que me gusta tanto.
    Seguiré por aquí para recorrer poco a poco tus lecturas, hoy no que es tardísimo.
    Gracias por indicarme el camino, un abrazo

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  2. Me alegro que te hayan gustado. Ya he añadido "El juego de los abalorios" en mi lista de próximas lecturas...
    Ahora voy a comenzar "La broma infinita".
    Gracias a ti.

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