domingo, 9 de mayo de 2021

Reinterpretando la caverna

Observo a Platón, que ya ha alcanzado la tan ansiada verdad, asomándose a un escaparate. A través del cristal casi puede rozar al hombre moderno, satisfecho en su mundo de espejismos. El filósofo susurra, le pide que se acerque. Da la impresión de que quiere compartir su tesoro inasequible pero el hombre le ignora, ni siquiera le rechaza. Impresiona tanto su indiferencia que me cuestiono si Platón no será un producto exclusivo de mi imaginación, una sombra triste... porque parece que la verdad no es sinónimo de felicidad. 

Y yo me pregunto cómo podría uno ser feliz sabiendo que está rodeado de mentiras, con la impotencia asumida de nuestras limitaciones para cambiarlo todo. Me pregunto qué mitad del escenario elegiría cualquier otro observador neutral como yo, en caso de que pudiera elegir, claro. ¿Seguro que no desearía vivir en el mundo irreal de los espejismos con la condición de olvidarse de la verdad para siempre? 

Creo que la verdad no libera: la verdad compromete y el compromiso es responsabilidad, esfuerzo, sacrificio. Quizá la causa suprema de los infelices sea no poder obviar la existencia de esa verdad, buscarla a menudo como si la hubiésemos conocido o no resultase inalcanzable a nuestro empeño. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario